Antonio Altarriba
Nació en Zaragoza en 1952 y siempre ha vivido entre absorto y abducido por la ficción.
De niño leyó con pasión todo tipo de narraciones pero, más que leerlas, le gustaba inventarlas. Pasaba horas dibujando batallas o urdiendo intrigas para la docena de indios que componían su arsenal de juguetes. Le bastaba abrir el Atlas (Salinas, edición de 1958) para imaginar los más extraordinarios viajes o las más rocambolescas aventuras.
También disfrutaba contando historias a su amigo Antonio Sarrablo. Iba y volvía juntos de clase y se las arreglaba para que la acción alcanzara su punto culminante al llegar al portal de su casa. Así se aseguraba de que, al día siguiente, Sarrablo, aunque sólo fuera para conocer la continuación, vendría a buscarle. Aún se acuerda de algunos de los episodios de aquel relato interminable (probablemente de 1963 a 1966) y la atención extasiada de mi amigo. Eran historias inspiradas en tebeos, películas, seriales radiofónicos, novelas de aventuras y contadas desde la erupción hormonal. Esa manera de iniciarme en el arte de narrar le dejó claro desde un principio que, al igual que tantos otros, escribe para que le quieran o, al menos, para que le acompañen al colegio.
Lo de menos para él ha sido la forma de contar. Y no es que no le importe el medio, pero le gusta cambiar. Encauzo la imaginación por canales distintos y la convierte en viñetas, fotos o palabras. Así varía y se hace la ilusión de que no escribe siempre la misma historia. Creé que diversidad y diversión van de la mano y no sólo en la etimología.
Ha hecho una clasificación de los distintos géneros y medios que ha utilizado. Se trata de una clasificación aleatoria pero que agrupa casi todo lo que he escrito.
No sé si considerarme disperso o divergente pero, de momento y fundamentalmente, soy.